VERITIER MARÍA GISELA
Congresos y reuniones científicas
Título:
LA ECONOMÍA INSTITUCIONAL: UN ENFOQUE ALTERNATIVO DE ANÁLISIS ECONÓMICO
Lugar:
Málaga
Reunión:
Congreso; 2° Congreso Internacional Virtual Economía Crítica; 2015
Institución organizadora:
Universidad de Málaga
Resumen:
Proponemos en el presente artículo, comentar algunas cuestiones sobre la naturaleza e importancia de la economía institucional, mostrar sus principales preocupaciones y sus aspectos metodológicos, indicar en qué difiere de los enfoques alternativos del análisis económico y, finalmente, señalar las contribuciones que puede hacer al estudio del desarrollo económico. A modo de explicación, los institucionalistas americanos han reemplazado el término «economía institucional» por el de «economía evolutiva» en su deseo de hacer hincapié en el hecho de que se interesan especialmente en el carácter dinámico de los procesos y sistemas económicos incluyendo los problemas del desarrollo y subdesarrollo económico. PALABRAS CLAVE Desarrollo, Subdesarrollo, Economía alternativa ¿QUÉ ENTENDEMOS POR ECONOMÍA INSTITUCIONAL? Quizás esperen ustedes, en primer lugar, una definición precisa de economía institucional o evolutiva; dicha definición ya se ha formulado. Esta definición contrasta con la de la economía pura realizada por Lionel Robbins aproximadamente en 1932. Recordarán, sin duda, que Robbins definió la economía como el estudio de una determinada forma de comportamiento, es decir, la conducta humana bajo la influencia de la escasez o, como él mismo también manifestó, el estudio del «comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos». En contraste con esta definición de la ciencia económica, que creo caracteriza muy bien las principales preocupaciones de muchos economistas, la economía institucional se ha definido como «el estudio de la estructura y funcionamiento del campo en evolución de las relaciones humanas que se interesa por la provisión de los bienes y servicios materiales para la satisfacción de los necesidades humanas» (es decir), «el estudio de los cambiantes modelos de relaciones culturales que se ocupan de la creación y distribución de los bienes y servicios materiales escasos por parte de los individuos y grupos en función de sus objetivos privados y públicos» El contraste entre esta definición y la de Robbins resulta obvio y no necesita énfasis alguno. Mientras que Robbins selecciona una forma particular de comportamiento e insiste en que definimos el tema del que se ocupa la economía con referencia a la escasez y a la conducta racional, la definición de economía institucional se centra en el estudio de la estructura y el funcionamiento de un sistema en evolución de las relaciones humanas o culturales e incluye explícitamente, junto al comportamiento individual y las necesidades individuales, la consideración del comportamiento del grupo y los objetivos públicos. En otras palabras, la economía institucional no se limita al estudio y explicación del comportamiento racional deliberado, o al uso de la frase feliz de Jevons, la «mecánica del interés y la utilidad», sino que incluye también otras formas de comportamiento tales como los modelos de comportamiento tradicional de los individuos y grupos, es decir, los modelos que obtienen su relativa estabilidad y uniformidad del hecho de que han sido institucionalizados. Mientras la definición de Robbins coloca en un lugar alto al homo oeconomicus, la economía institucional reemplaza el concepto del hombre económico por algo que llamamos el «hombre institucional». Ambos conceptos son, obviamente, abstracciones, pero mientras que el primero se construye aislando y acentuando un aspecto del comportamiento humano, el segundo se deriva de la observación de modelos específicos de comportamiento y deja espacio para la consideración de diferentes formas de comportamiento en diferentes sociedades. En realidad, la economía institucional rechaza la tesis de que la ciencia económica debe limitar su análisis teórico al estudio de la conducta humana racional En este contexto podrían preguntarse ¿qué son las «instituciones»? No haremos ningún intento de ofrecer una definición satisfactoria de las instituciones porque para hacerlo requeriría una investigación filosófica o, incluso mejor, una investigación antropológica dentro de la relación mutua entre el hombre y la cultura que sería temerario intentar con el tiempo del que disponemos. No obstante, permítanme decir al menos que el concepto de institución, en este contexto, no se refiere a las formas legales de organización como el Sistema de Reserva Federal, por utilizar un ejemplo elemental; el término ha de entenderse, más bien, como haciendo referencia a formas de comportamiento, a hábitos de pensamiento y de conducta establecidos, incluyendo los hábitos de grupo y los modelos de comportamiento que se han desarrollado en el pasado. De hecho, existen algunos economistas que mantienen la idea de que la tendencia a utilizar la racionalidad formal como la única perspectiva para el estudio del comportamiento humano ha reducido indebidamente el alcance de la investigación económica y que el supuesto de racionalidad debe eliminarse de la economía en tanto que supuesto permisible. Arthur Schweitzer, The method of social economics (mimeografiado y de circulación privada), p. 48, ver también pp. 16-17., y que continúan en el presente. No hace falta insistir en que las instituciones entendidas en este sentido tienen su origen en la naturaleza del hombre y constituyen logros humanos y sociales. Pero aunque sean formas de comportamiento más o menos estabilizadas, tienden a asumir una autonomía propia y a moldear la conducta humana. Para Veblen era, en consecuencia, axiomático que los modelos de comportamiento institucionalizados pueden estar más o menos pasados de moda en cualquier momento del tiempo. Habiendo, pues, intentado ofrecer una definición de lo que se supone que yo defiendo, puntualizaré acto seguido que no creo demasiado en este tipo de definiciones, porque las definiciones de una determinada disciplina o campo de estudio rara vez son tan informativas como pretenden ser; con frecuencia son confusas y su utilidad es en el mejor de los casos limitada. De hecho, son positivamente perjudiciales, sobre todo si se utilizan como justificación pseudo-científica para la práctica conveniente de considerar la evidencia contra las conclusiones particulares como irrelevante o inadmisible sobre la base de que queda fuera del propio alcance de la disciplina. Todavía más perjudicial es la práctica de utilizar tales definiciones como instrumento para orientar la investigación en una única dirección o, ya sea consciente o inconscientemente, para suprimir la evidencia por completo. Por esta razón, creo que las definiciones sobre la naturaleza y el alcance de un determinado campo de estudio sólo adquieren su completo significado y precisión en la medida en la que amplían nuestro conocimiento de los problemas que estudiamos.