En su tardío prólogo a la Teoría de la Novela, Georg Lukács condena la presunta reclusión de Theodor Adorno en el gran Hotel Abismo, “un espléndido edificio dotado de todo el confort y pintorescamente situado al borde de la Nada y del sinsentido”[1]. Pese a la particular pregnancia de la expresión lukacsiana, su censura de quien se sabe demasiado bueno para inmiscuirse en las impiadosas luchas políticas y sociales de su tiempo, evoca una extensa tradición de controversias acerca del quehacer de los intelectuales. De hecho, el argumento que hace recaer sobre el propio individuo distanciado la impugnación política y moral que éste dirige contra el mundo, remite a una figura que, desde el romanticismo temprano hasta nuestros días, ha sido frecuentemente utilizada. En el presente trabajo intentamos analizar algunos de estos usos para concetrarnos finalmente en el peculiar sentido que adquirirá el mismo en el marco de una sociedad completamente administrada.
