Todo ser humano realiza la actividad continua de tomar decisiones en los diferentes órdenes de la vida. Este proceso deliberado es previo a la acción y por ello es siempre a futuro. Cada decisor enfrenta este proceso condicionado por su propia visión del mundo y su capacidad de razonamiento. En la actualidad, y debido al apremio de la vida moderna que obliga tanto a las personas como a las organizaciones a tomar decisiones rápidas y efectivas, se despierta el interés de la toma de decisiones y la necesidad de construir una teoría acerca de ellas.
Sin embargo, la investigación actual hace hincapié en que la toma de decisiones no es sólo un mero proceso racional sino un proceso influido por las emociones. Éstas desarrollan un papel beneficioso y adaptativo ya que guían a la persona, en función de sus necesidades presentes y futuras, hacia las opciones más apropiadas. Puede decirse que las teorías de la elección racional, y específicamente a la tteoría de la decisión, aún presentan un consenso unánime relativo a la racionalidad y debería considerar la existencia de complejidad, interrelaciones, diferencias que enfrenta el agente al momento de decidir, lo que implica, considerar la emocionalidad.
Aquí, no se pretende plantear una dicotomía entre la emoción y la razón, las emociones son importantes para el ejercicio de la razón y actúan como un poderoso sistema motivacional capaz de influir en las percepciones, el aprendizaje, el comportamiento y en la toma de decisiones. Entre el sentir y el pensar, las emociones guían las decisiones.
La emoción no es solo un límite a la razón, sino que la condiciona, la modela y le da sentido. La Teoría de la decisión y la consideración de su dimensión emocional se constituyen en aspectos claves a tener en cuenta en la efectividad organizacional.
Reconocer la importancia de las emociones en la vida del individuo dentro de la organización, no es más que aceptar la influencia de la misma en la efectividad organizacional, más aún hoy con el desarrollo de la Inteligencia Emocional.
