Corren tiempos de desavenencia, de codicia, de ruin mezquindad entre quienes pretenden disputarse el excedente de la renta agraria. Todo ello en el contexto de un mundo cada vez más necesitado de alimentos. Pocos, sin embargo, advierten que la tierra, sometida al mandato del lucro incesante, un día se agotará. En tiempos como éstos más que nunca es oportuno efectuar una mirada a las formas de relacionarse con la tierra que tenían los pueblos originarios de nuestro continente. Bueno sería recuperar una mirada respetuosa y sacralizada de la tierra, que la vea no como una mera proveedora de materias primas y alimentos hasta su extenuación, que no la vea como un bien de capital, sino como la razón de ser de la vida misma, como la verdadera Madre que da sustento y a cuyo seno, más tarde o más temprano, pero de manera inexorable, se ha de volver. No nos referimos a la mirada romántica que podría tener cierto ecologismo ingenuo, sino a una concepción que, a la par que utilitaria, sea a la vez profundamente religiosa, en el sentido de re-ligare con la madre que da el ser. En tal sentido, los conceptos andinos de Pachamama, kawsay y algunos otros pueden brindar alguna luz a este panorama desalentador que se extiende ante nuestros ojos.