El sistema vestibular es uno de los componentes más complejos del sistema nervioso humano. Participa en la orientación en el espacio tridimensional, las modificaciones en el tono muscular, el equilibrio, la coordinación de las respuestas motoras, los movimientos oculares y la postura corporal.
La porción periférica del sistema vestibular se localiza en el oído interno, formado por un conjunto de cavidades óseas excavadas en el espesor de la peñasco del hueso temporal, las cuales constituyen el laberinto óseo. El laberinto óseo se encuentra ocupado por vesículas y sacos membranosos, de forma similar a las estructuras óseas, que forman el laberinto membranoso (Figura 1). El laberinto óseo y el membranoso se encuentran separados por un líquido denominado perilinfa (cuya composición es similar al líquido cefalorraquídeo), mientras que dentro del laberinto membranoso circula la endolinfa, con alto contenido de K+ y bajo contenido de Na+. La endolinfa se secreta en la estría vascular y se reabsorbe en el saco endolinfático, y su composición iónica es fundamental para la despolarización de las células ciliadas.
La parte del laberinto membranoso que forma parte del sistema vestibular está constituida por los tres conductos semicirculares (superior, posterior y lateral), el sáculo y el utrículo. Las paredes de los sacos membranosos contienen receptores nerviosos a partir de los cuales se constituye el nervio vestibulococlear (VIII), cuyas aferencias son auditivas (nervio coclear) y del equilibrio (nervio vestibular).
Las estructuras del oído interno que forman la porción periférica del sistema vestibular funcionan como acelerómetros y dispositivos de guía inercial, que continuamente brindan información acerca de la posición y los movimientos corporales a los centros integradores localizados en el tronco encefálico, el cerebelo y la corteza cerebral. Estas últimas estructuras constituyen la porción central del sistema vestibular.