Como psicólogos que trabajamos en el campo educativo atendemos de modo recurrente la preocupación de los docentes sobre la relación con sus alumnos, las dificultades que encuentran en este vínculo y las quejas por el malestar que a ella atribuyen. Observamos situaciones que se escapan de los bordes delimitados por la pedagogía y por los campos disciplinares para la enseñanza, pues se albergan mas bien en territorios específicos: la dinámica de los vínculos.
La función docente se encuentra hoy interpelada socialmente; esta interpelación social hace resonancia con otra que se realiza el docente a sí mismo, acerca de los alcances de su función en el escenario en que la ejerce. Escenario cambiante y cambiado que hace cuestionar al docente sobre si el guión que le corresponde (aún) tiene vigencia.
El malestar docente tiene como evidencia fundamental la queja reiterada del propio docente, queja que lo apresa en un doble movimiento: sólo tiene una función catártica, que pone fuera el problema, alejándolo de la posibilidad de intervención. Simultáneamente, esa queja es una convalidación de lo que uno se queja; e inmoviliza al interlocutor como posible motor de cambio.
Pensar la propia práctica a la luz de los aportes de la psicología tendrá como consecuencia que el docente pueda discriminar que hay aspectos de su práctica que no puede manejar aunque lo decida.
Resulta necesario, entonces, que los docentes trabajen, cuestionen, se interpelen respecto de las implicancias subjetivas de estos vínculos; en espacios de intercambio y aprendizaje con colegas.
